Lectores:

Les presento aquí pequeñas columnas que nacen de sucesos, al principio insignificantes, que se encargan de relatar mis sensaciones, ideas, experiencias y pensamientos.

martes, 20 de diciembre de 2011

UN ABREBOCAS AL INTERIOR DEL ASTOR

Me senté a tomar un jugo de mandarina, pero mi intención no era sentir su sabor o calmar mi sed, estaba ahí, mirando, tratando de leer los labios para saber qué estaban hablando, se me venían muchas ideas a la cabeza; acaso les importaba la crisis económica europea o relataban sucesos del día que merecían ser mencionados. No lo podía saber, pero de algo sí estaba segura, había interés, lo veía en sus ojos concentrados en la mirada del otro, lo percibía en sus ansias por responder a aquello de lo que estaban hablando.

No puedo decir que no me atreví a hablar con ellos, porque esa no era mi intención, pero sí logré entender lo que estaba sucediendo en ese lugar, en medio del aroma del café y de los dulces llamativos que inundaban las vitrinas, se estaba trayendo al presente la historia de una ciudad; en sus charlas, sus risas y sus silencios estaban las historias olvidadas por muchos, pero que para otros se vuelven en el dulce de cada día.

El Astor no solo es una repostería, se convirtió en una escuela, en donde todos son profesores y alumnos, en donde el recreo se convirtió en el momento de leer un libro y el examen, que ya no es una tortura, está hecho de relatos, pasado, imágenes, ideas.

En muchas de mis clases se habla de no dejar que la historia se extinga, sino traerla al presente y hacer de ella fuente de conocimiento, ese mismo conocimiento que en el Astor se mezcla con los dulces, esos que son un pretexto para empezar la clase del día.

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